viernes, noviembre 25, 2005

El sabor de la sandía

Taipei. En su bloque de apartamentos, una joven se encontrará con un vendedor ambulante de relojes reconvertido en actor porno. La relación entre ambos y de cada uno con el entorno que les rodea, poblado de seres estrambóticos y marcado por la acuciante sequía que azota la ciudad, hará que se produzca un estallido de color allá donde más se sufre la deshidratación de la soledad y la alienación: en las fantasías.
 

La trama se mueve en tres ejes: la fantasiosa historia de amor de la joven (la imaginación puede llenar una solitaria realidad), el rodaje de cine porno (una solitaria realidad filmada puede llenar la imaginación del espectador) y una cortocircuitadora visión de la situación política y social de Taiwán (las bailarinas que se frotan contra la estatua de Chiang Kaishek).

Exótica y decididamente visual, conduce al espectador hasta un final anunciador de que la solitaria sequía empieza a remitir, se intuye en la aparición de una lágrima en la mejilla de la joven, si bien el desenlace es tan brutal, tan inesperado, que no es solo ella quien se queda sin habla; aunque también es posible que se dejen ir unas risas. Al gusto del ánimo del espectador: lágrima y risa son expresiones liberadoras de la tensión acumulada.