El código Da Vinci

La historia, desprovista de la sotana de la controversia, queda en un relato de investigación deductiva apoyado por imágenes y localizaciones que ayudan a la asimilación del críptico misterio.
Ron Howard, director hábil y moderado, orquesta el flujo del relato: andante moderado en la primera mitad y hábil engatusamiento durante la segunda, acabando con una cámara que cae por su propio peso desde pie de calle hasta el profundo secreto, sin romper cristales ni trabarse en los radios que sostienen las piramidales cristaleras de lo masculino y lo femenino.
Y todo lo demás, es polémica. Y para la polémica, el sofá de casa no la butaca del cine.
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