La guerra de los mundos

Los dos guionistas han tomado la novela 'La guerra de los mundos', de H.G. Wells, y, convenientemente adaptada, la han trasladado a nuestros días.
 

Desde un guión a medida, con precisión relojera y espectacularidad contenida, el director ha completado la visión convirtiendo la cámara en el narrador que relata el paranoico camino del cambio, plagado de demonios y polvo, que lleva a un ciudadano normal y corriente desde los patios traseros de New Jersey, vía Athens, hasta Boston.

Sin sotanas, sin discursos y sin galones, un hombre aprende a dar la cara porque, sencillamente, tiene un juramento de sangre que defender.

Cine ideológico por concepción, envuelto de papel taquillero, con unos alienígenas de casco imperial amparados tras máquinas de guerra hechas a su imagen y semejanza.

Primer

Aaron y Abe, dos ingenieros compañeros de trabajo, invierten sus horas de ocio en el garaje del primero y están consiguiendo resultados en su proyecto. Sin embargo, su invento no sólo reduce el peso de un objeto sino que es capaz de alterar la percepción del tiempo.
 

Ciencia-ficción compleja pero sobria, profunda pero imaginativa, casera pero atractiva, sin cohetes ni efectos especiales pero con elementos reconocibles y personajes identificables que acaban introduciendo al espectador en un entretenido juego mental en el que se han de ordenar las secuencias en función de las pistas visuales y de diálogo (abstenerse de la versión original pues los subtítulos no siempre son legibles).

Una propuesta fascinante y adictiva, original y desconcertante.

Madagascar

Cuatro mimados animales del zoo de NYC acaban embarcados hacia África, víctimas de la sana intención de unos humanos empeñados en alejarles del estrés de la vida urbanita. Unos pingüinos y un brusco cambio de rumbo les llevan a la playa de Madagascar y allí conocerán lo que es la selva.
 

Fábula moderna que exalta los valores de la amistad por encima de los instintos naturales y denuncia la confusión imperante en los términos 'vivir' y 'satisfacción' (también conocidos como 'realización personal'). Una animación magistral y unos personajes simpáticos, agradables y muy expresivos confluyen en una historia que arranca con las cuatro patas bien asentadas en tierra, cabecea con el oleaje del océano, embarranca en la arena de la playa y sobrevive como puede en la isla.

Sólo un beso

Cuando Casim y Roisin se conocen, sienten una fuerte atracción y empiezan una relación en secreto. Para ellos, que él sea musulmán y ella católica no supone ningún problema pero las diferencias religiosas y culturales sí lo son, no sólo para la familia de Casim sino también para el entorno católico de Roisin.
 

Unos actores en estado de gracia y un director comprometido que usa hábilmente los recursos poniéndolos al servicio de la máxima "hay que superar la barreras culturales y religiosas en las relaciones personales" consiguen una película combativa, oculta bajo un antifaz de telenovela, que pone el azúcar suficiente para digerir este principio, fácil de enunciar pero amargo de asimilar cuando lo has de tomar.